Recuerdo mucho la sala de la casa de los abuelos en la niñez. Era el mejor sitio para estar sólo, pues los niños siempre estábamos en el patio jugando y los adultos llenaban el comedor y la cocina. A la sala sólo se le presta atención un día al año, en diciembre cuando mi abuela hace rosario y tamales e invita a todas sus amistades.
Recuerdo sus sillones estilo francés con tapiz de flores aterciopeladas; las ventanas rojas de madera que daban a la calle y sus vidrios esmerilados; algunos adornos con estilo oriental sobre las mesitas en el rincón. La pintura de hace más de un siglo y medio de la virgen, imponente pero igualmente protector y maternal, que era el centro de la habitación.
Me recuerdo de niño y vuelvo a sentir mis pies colgando de los sillones y el terciopelo de estos contra mi piel, viendo pasar la tarde de domingo; el sol que se filtraba primero entre las hojas de los árboles y después por los barrotes de la ventana abierta de par en par. Era un buen refugio en invierno, tumbarse en los sillones a esperar que el sol entrara por la ventana y te calentara.
En las paredes de la sala también esta la historia de la familia. Están las fotos de boda de los bisabuelos, de los abuelos y de cada una y uno de los hijos de la abuela. Fotos de momentos importantes, de quienes ya se fueron, de los que alguna vez fueron familia y ya no lo son... todos enmarcado en madera y muy sonrientes para la cámara.
En el comedor hay una vitrina que dentro guarda los tesoros de la abuela: vajilla, recuerdos, botellitas de vinos y cognac, cartas, documentos... y pegadas en los vidrios, fotos de todos los nietos y bisnietos. Ahora somos tantos que prácticamente ya no se ve el interior y por fuera relucen todas las caras infantiles y sonrientes.
Las paredes del cuarto de los abuelos, que es uno sólo y muy largo, también guarda a la familia, parientes lejanos, un día de pesca, la abuela de niña junto a su hermano, una foto de mi madre de niña junto a su hermano mayor, primeras comuniones, retratos a blanco y negro.
Pero últimamente me di cuenta que las fotografías no cuelgan sólo de la pared, las fotografías andan por toda la casa, sobre todo cuando es cumpleaños de alguien o es algún día feriado. Cambian de ropa y de humor, de estilos de peinado, engordan, adelgazan, les salen arrugas.
Porque todos en esa familia somos fotografías, somos vistos como seres con una sola faz. Reproduciendo el sistema de familia tradicional, unidad, amor incondicional (e incomprensible), apoyo, buenas costumbres, patriarcado, bien presentables todos. Somos fotos de papel y temo que nadie quiere ir mucho más allá de la sonrisa eterna. A veces lo hacen pero con ciertos temas, hay cosas que jamás se tocarán.
No digo que no nos interesemos los unos en los otros, pero es que simplemente no hemos sido educados para pensar en los otros miembros de la familia como seres multidimencionales, universales, y por lo tanto nos cuesta mucho hacernos a la idea que somos personas que cogen, que se deprimen, que piensan, que sienten, que tienen mal de amores,que se preocupan, que pueden consumir drogas, que pueden tener preferencias sexuales diferentes, que pueden desear haber muerto, que lloran, que se divierten, que tienen pasiones, que tienen broncas... que son mucho más que una sola dimensión. Por selección sólo se tratan y se ven algunos temas, otros simplemente se ignoran sesgando la vida de cada uno, viendo sólo lo que se desea ver.
Inculcan el amor a la familia como si este fuera a darse inmediatamente, como si los lazos de sangre fueran suficientes como para sentir amor por alguien. No quiero ser injusto, están chapados a la antigua, somos una familia tradicional del México norteño. Creemos en el amor romántico, aun no se han dado cuenta que el amor se construye, que no se impone ni se hereda.
Por eso no me parece tan fuera de realidad la película "J'ai tué ma mère" donde un chiquillo canadiense llega a odiar a su madre, aunque después se siente culpable por hacerlo. No estamos obligados a amar a nadie, no tenemos que hacerlo por el simple hecho de estar emparentados. Si no ha habido suficiente interacción, si la persona no despierta en ti nuevos sentimientos, si no te hace ser diferente por ella, no es amor... Muchos caemos en ese error, damos por hecho que debe haber amor y lo forzamos, sin entender que el amor filial también se construye y no nos llega como imposición.
Son pocos los familiares con los que he pasado la barrera de ser simples fotografías, la mayoría primos... y la verdad algunas veces dudo ente contemplaros íntegramente o dejar que sigan como fotos y guardarlos en una caja en el fondo de un cuarto obscuro.